A la hora nona, es decir sobre las tres de la tarde, a la misma hora en que se sacrificaban los corderos en el Templo de Jerusalén y, parte de esos corderos se ofrecían como holocaustos a Yavhé, mientras la otra mitad se devolvía a las familias para que pudieran asarlo y comerlo en la cena de Pascua, el verdadero cordero de Dios moría ejecutado en las afueras de la ciudad, lejos del templo, colgado de una cruz como un vil malhechor. ¡Qué paradoja…!
Lejos del templo, moría Aquel que, por definición era dueño del Templo…Moría como un bandido, aquel a quien se le ofrecían en el templo los corderos degollados. “Este es el cordero…! ” Qué difícil es acostumbrarnos a un Dios así!”
¿Cómo fue posible tamaña confusión? ¿Por qué tratando de defender a Dios aquellos hombres mataron al mismo Dios?
Ni el poder de Roma, ni las autoridades religiosas de Israel, pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender a Dios no se casaba con lo que ellos entendían que debía ser Dios y su predicación. La forma de proceder de Jesús, era un peligro. No defendía el imperio, no le importaba romper la ley del sábado o las tradiciones religiosas y su prioridad era siempre aliviar el sufrimiento de las gentes, tocar a los leprosos que nadie podía, ni quería tocar, dar vista a los que no veían, aliviar el dolor de la viudas, esos seres emblemáticos entonces, del desamparo y de la exclusión, como hizo con la viuda de Nain que perdió a su hijo en plena juventud, o acoger a los niños, protegerlos y rescatarlos, incluso de la muerte, como hizo con la la niña de Jairo…
No se lo perdonaron Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del sistema impuesto, con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado con todos los inocentes injustamente condenados, con todos los crucificados del mundo, con todas las víctimas inocentes de la historia.
Es importante ponerles rostro a esos inocentes, es imprescindible poner sentimientos a las palabras: Está ahí, en ese cortejo interminable de víctimas de la violncia de guerras absurdas, en las miles de familias visitadas por el luto, está en los excluidos, en los despedidos, en los sin trabajo, en las colas de caritas o de la Cruz Roja…Está en los barrizales, en los campamentos improvisados, apilados como carga indeseable…Está a las puertas de Europa o a las puertas de Estados Unidos. Está en esas filas de desheredados que caminan agotados de un lado a otro, buscando refugio y huyendo de la miseria; entre ellos hay mujeres explotadas, niños sin futuro…. Son esas víctimas de este u otro atentado en Africa , en Europa, en Oriente Medio o en extremo Oriente: hombres y mujeres irreconocibles, cuerpos rotos, difíciles de identificar…Son, en definitiva, cualquiera que sufre a nuestro lado. ¡Hoy, el grito de Cristo en la Cruz se une al grito de todas las víctimas!.
En ese rostro desfigurado – no había en él hermosura – se nos revela un Dios sorprendente, un Dios que rompe todas las imágenes convencionales que nos fabricamos de Dios. Este cuerpo deformado, oliendo a sangre, a sudor, pone en solfa toda práctica religiosa que prescinde del drama de los que sufren, del rostro de los crucificados del momento.
La crucifixión de Jesucristo es un desafío para los que le seguimos: no podemos adorar, exaltar, llorar por el crucificado, no podemos procesionar con nuestros Cristos y nuestras Vírgenes doloridas, limpias y bellas, alguna de ellas incluso enjoyadas hasta el límite y, al mismo tiempo, vivir de espaldas al sufrimiento de los demás, no concentrarnos en curar las heridas y tratar de aliviar al otro. Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días y desde estas imágenes tan queridas y cercanas.
Miremos al crucificado…Mantengamos la mirada y agradezcamos el amor de Dios entregado hasta la muerte y no cualquier muerte, sino una muerte de Cruz. Si lo contemplamos con detención pronto ese rostro se poblará de otros rostros, que reclaman nuestra compasión, nuestro amor solidario.