Celebraciones
Unción de Enfermos
El Sacramento de la Unción de Enfermos confiere al cristiano una gracia especial para enfrentar las dificultades propias de una enfermedad grave o vejez. Se le conoce también como el «sagrado viático», porque es el recurso, el «refrigerio» que lleva el cristiano para poder sobrellevar con fortaleza y en estado de gracia un momento de tránsito, especialmente el tránsito a la Casa del Padre a través de la muerte.Lo esencial del sacramento consiste en ungir la frente y las manos del enfermo acompañada de una oración litúrgica realizada por el sacerdote o el obispos, únicos ministros que pueden administrar este sacramento.
Triduo al Santo Niño Enfermero
Todos los años en la Parroquia se celebra un triduo y una función solemne al Santo Niño Enfermero. Este año el acto litúrgico más importante se celebra el próximo sábado 13 de Enero a las 19 horas. Si quieres saber más haz clic aquí y se descargará un documento en pdf.
Fiesta de San Francisco de Sales: Patrón de los periodistas
Misa solemne, de ordinario presidida, el 24 de enero a las 12 h., por el Sr. Obispo y concelebrada por diferentes sacerdotes periodistas. Este año 2018), por problemas de agenda, la celebración será el día 25 de enero, a las 12 h.
Por la tarde a las 6,30 santo rosario y a las 7 Misa.
Novena a Nuestra Señora de la Soledad:
La novena, de fuerte arraigo en la ciudad, es un momento importante para los Cofrades y devotos de la Virgen. Es el culto católico más antiguo de la ciudad de Las Palmas, siendo instaurado en 1761 y que se ha venido celebrando desde entonces de manera ininterrumpida. En ella predicó dos veces San Antonio M Claret. Con la Virgen de la Soledad comenzó su misión en la isla y con ella la concluyó.
Comienza nueve días antes del Viernes de dolor, viernes previo al Domingo de Ramos, a las 7 de la tarde. La imagen de la Virgen procesiona, cerrando el gran cortejo del viernes Santo a las 7 de la tarde y luego en la procesión por antonomasia de la ciudad, en silencio y multitudinaria, de las 10,30 de la noche del mismo Viernes Santo.
Cristo de la Humildad y Paciencia
Se venera de modo particular el lunes Santo a la tarde, en la Eucaristía de las 7. A las 6.30 Santo Rosario y a las 7 Función Solemne. La imagen del Señor, bajo esta advocación, es la más antigua de todas las que procesionan en la ciudad, de procedencia desconocida. Fué restaurada en 1802 por el insigne imagenero canario Luján Pérez.

Eucaristía Solemne en honor del Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia. Lunes Santo, 14 de abril de 2014.
Festividad de San Francisco de Asís, nuestro patrón:
Triduo preparatorio.
Además de su fiesta litúrgica, en nuestra parroquia se festeja, particularmente, el domingo más próximo al 4 de octurbre. Misas a las 10, 12 solemne y 7 de la tarde. Después de la misa de 12, procesión hasta la Plaza de su nombre y bendición de los animales domésticos y plantas.
Nuestra Señora de la Concepción
Nos cuenta don José Miguel Alzola en el libro «La Parroquia de San Francisco de Asís 1821 – 1996. Una Visión Plural» que siendo párroco don Matías Padrón Hernández, en 1854 nuestra parroquia fue la gran protagonista en la diócesis de Canarias en los actos y cultos celebrados para festejar el dogma de la Inmaculada Concepción por Pío IX. En nuestra parroquia, los días cercanos a la Inmaculada y especialmente el mismo día 8 de diciembre su Sagrada Imagen es expuesta a la veneración de los fieles en el presbiterio de la parroquia. Habitualmente celebran a su patrona la Virgen de Caucupé, la colonia de paraguayos que se reúnen en nuestra parroquia.
Santa Lucía
En nuestra parroquia, vecina al edificio central de la Once en la isla, se venera desde hace siglos a la Santa de Siracusa. En ese día de gran afluencia de fieles la Iglesia permanece abierta desde las 8 de la mañana a las 8 de la tarde. A las 12 del mediodía Eucaristía Solemne organizada tradicionalmente por los afiliados a la ONCE.
SEMANA SANTA
Domingo de Ramos: A las 12.00 horas. Eucaristía Solemne. Conmemoración de la Entrada de Jesús de en Jerusalén.
TRIDUO PASCUAL
Jueves Santo: Misa «in coena Domini» a las 18 horas. Oración comunitaria, a las 23 horas. A las 24 horas se cerrará la Iglesia.
Homilía para el Jueves Santo:
“Yo he recibido, una tradición que viene del Señor y que a mi vez les he transmitido”. Hermanos y hermanas, en esta tradición nos insertamos en esta tarde de marzo del año 2013, a la misma hora en la que hace más de dos mil años “Jesús tomó pan y dijo: esto es mi cuerpo entregado y luego tomó el cáliz lleno de vino y dijo: esta es mi sangre derramada… Hagan esto en memoria mía
Y aquí estamos para cumplir este mandato, para recordar, para pasar de nuevo por el corazón, lo que aquel gesto expresado en una cena, significa y debe significar para los cristianos. Aquí estamos en esta tarde, para actualizar toda la fuerza salvadora de aquel acontecimiento único que, de forma ritual, Cristo introduce en el corazón de la historia como expresión de su amor sin límites: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin.”
Hoy el corazón de Cristo y el corazón de la Iglesia laten en el cenáculo y es al Cenáculo, a esa habitación bien adornada, tal y como leemos en el evangelio, a la que nos remite hoy la liturgia en el doble movimiento que rima todo corazón: sístole y diástole, un ven y va, un movimiento de concentración y de dispersión que ha de rimar también toda la vida de la Iglesia. Porque no hay dos iglesias, una que se reúne y se concentra para orar, para celebrar los sacramentos, para escuchar la Palabra y otra que se afana por servir en los hospitales y escuelas, en los suburbios y en las cárceles, en los dispensarios de caritas y en la promoción de iniciativas sociales. No, es una sola Iglesia la que se concentra para escuchar a su señor y la que se dispersa para servirlo en los más pequeños y en todo aquel que lo busca.
Hoy Jueves Santo es un día para la concentración, para la admiración, para la contemplación, para la acción de gracias: Cristo presente, vivo en la Eucaristía. Es un día para el silencio. Hoy, cuando termine la Eucaristía y nuestras calles se conviertan en un gran templo que mueve el oleaje de iglesia en iglesia para visitar los monumentos, que eso no se convierta en una simple contemplación externa de la belleza de unas flores o que sólo sea la ornamentación la que atraiga nuestra atención como si se tratara de competir a ver quien presenta el monumento más bello, sino que la belleza de unas flores o el calor de unos cirios nos lleven a descubrir la presencia de Aquel que, a lo largo del año, en el Sagrario, se convierte en nuestro vecino más singular, en el Dios cercano que ha puesto su tienda en medio de nosotros, y que, desde el silencio y desde la Palabra meditada, nos ilumina y nos comunica la energía necesaria para nuestro caminar. Muchas veces un caminar en medio de una montaña de obstáculos. ¡Ven! Nos dice hoy esta celebración y este latido del corazón de Cristo: Ven a la Eucaristía de cada domingo, día del Señor y día de la Iglesia. Ven, “no faltes – como diría un antiquísimo texto de la Iglesia, – no faltes a la cita de cada domingo, para que el cuerpo del Señor no quede disminuido”, ven y ora ante el sagrario, cuando pases junto a la iglesia; ven y adora, contempla, déjate fascinar por la presencia y el amor de Aquel que está ahí en medio de ustedes y no lo conocen.
Pero el corazón se ahogaría, no cumpliría su función si, al mismo tiempo. no impulsara esa sangre a través de todo el cuerpo y llegara a las últimas partículas de nuestra carne. Por eso “el ¡Ven!” de hoy se ha de rimar con “el ¡va!”, con el movimiento hacia fuera que ha de tener siempre nuestra fe, nuestro encuentro con el Señor. Sólo podemos verificar nuestra respuesta a su llamada, nuestro verdadero encuentro con El y no un encuentro con el ídolo que nos hemos inventado, si verificamos nuestro amor a El en el amor al otro. No hay alternativa, sólo podemos decir que amamos a Dios si amamos al otro:“Miren, yo soy el maestro, el Señor, y les he lavado los pies…también ustedes debe lavarse los pies unos a otros”, acabamos de escuchar en el Evangelio y, dentro de unos instantes, lo veremos visualizado, de forma excepcional, en el gesto del lavatorio de los pies.
El corazón que late hoy en el Cenáculo es el corazón que el viernes santo veremos atravesado por una lanza, permitiendo que se filtre hacia fuera hasta la última gota de sangre. Ese corazón, que nos invita a la oración, a la reflexión, a la contemplación, nos remite en virtud de ese mismo movimiento a llevar lo que el Señor nos trasmite a la última parcela de nuestro cuerpo social, familiar, eclesial. Sí, no podemos venir y no ir. No podemos concentrarnos y luego no marchar hacia los últimos, no podemos venir a Misa y luego no llevar esa vida que comulgamos a los demás, no podemos decir amén cuando comulgamos y luego no batirnos por los desheredados, por los sin trabajo, los sin papeles, los sin dignidad…No podemos venir a Misa y luego vivir como los que no vienen, encerrados en nuestros propios intereses.Ir y colaborar en la dignificación, en la humanización de la vida.
Todos sabemos que cuando la sangre, el oxígeno que esta transporta, no llega a algunas parcelas de nuestro cuerpo surge la necrosis, la gangrena y la muerte comienza a instalarse en él; por eso, hermanos, en esta tarde hagamos, con la ayuda del Señor, una promesa que abarque ese doble movimiento: ¡venir e ir!
Ese doble movimiento del corazón, ese doble movimiento que siempre tuvo la vida de Cristo. Responder a la llamada a la oración, a la veneración, a la escucha de la Palabra, a la fidelidad a la Eucaristía del domingo y, al mismo tiempo, llevar cuanto aquí celebramos, cuanto aquí expresamos a la vida familiar, laboral, social… ¡Que nuestro corazón se sintonice con el corazón de Cristo y que en esta tarde comience a latir o siga latiendo con su mismo ritmo: ¡Escuchar a Dios y entregarnos a los demás!
Otra homilía
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, que se hace acontecimiento, evocación, llamada y provocación en esta tarde del jueves Santo. Una tarde en la que la Misa se hace particularmente memoria de aquella Ultima Cena en la que todas las Eucaristías hunden sus raíces, tienen su origen y su identificación. No hay más Eucaristía que aquella que Jesús celebró la tarde del primer jueves santo de la historia y que se actualiza en las grandes basílicas o en la más humilde choza o perdida ermita.
La Primera lectura, presente en los textos litúrgicos de la Iglesia desde los primeros siglos, habla del sacrificio del cordero pascual. Era una tradición, oriunda de las tribus nómadas, adoptada por el pueblo hebreo, que recibe, a partir de la liberación y salida de los israelitas de Egipto, un nuevo sentido y una nueva significación: Aquel sacrificio, que, en sus comienzos, no era sino un ritual de protección antes de iniciar la trashumancia con el ganado en la estación de primavera, se convierte en el futuro, para el pueblo de Israel en evocación y actualización de las numerosas acciones con las que Dios ha liberado, conducido, alimentado y educado a su pueblo. La sangre sobre los dinteles de las puertas, el manto de viaje, el bastón en la mano, las hierbas amargas…todos los detalles de la cena pascual, evocan y actualizan cada año, para cada israelita, esas maravillas de Dios. Mañana, en la Pasión que leeremos en la celebración de la tarde, el evangelista San Juan nos dirá que el verdadero Cordero de Dios es Cristo.
El lavatorio de los pies, por su parte, que acabamos de escuchar en el Evangelio proclamado y que visualizaremos dentro de unos minutos en un gesto también ritual, característico de este día del jueves Santo, nos revela, a su vez, dos dimensiones claves de nuestra vida cristiana: Jesús es el Siervo de Dios y el servidor que realiza con su vida cuanto Isaías había profetizado hacía siglos, como veíamos en una de las lecturas del domingo de Ramos y escucharemos de nuevo mañana en la celebración de la tarde. Todo cuanto ha hecho Jesús, el siervo de Dios, está al servicio de la vida… El lavatorio anuncia ya el bautismo que nos constituye en miembros del Cuerpo de Cristo…” Si no te lavo…no tienes parte conmigo…”
El segundo signo, lavar los pies, tiene, ante todo, una significación ejemplar…”Si yo les lavo los pies…también ustedes…”Jesús entrena a sus seguidores en el servicio a la vida… El banquete del que se nos habla en la segunda lectura alimenta este dinamismo.
Pero en las lecturas de hoy no hay sólo anuncio, hay también una denuncia concreta que no debemos pasar por alto en esta tarde del Jueves Santo.
Pablo no felicita precisamente a la comunidad cristiana de Corinto: La comunidad está dividida y su preocupación principal no son los pobres. Por esa misma razón, la eucaristía es profanada, degradada, ha perdido su profunda significación… Y Pablo les reprende, porque no caen en la cuenta, porque no tratan de tomar conciencia que cuando se reúnen lo hacen para comulgar con un cuerpo…Qué cuerpo?
El cuerpo de Cristo en la Eucaristía, el cuerpo de la Iglesia, el cuerpo de Cristo en los pobres, nuestro propio cuerpo.
Ante todo el cuerpo eucarístico del Señor. Comulgamos con el mismo Cristo servidor: Dios y hombre verdadero, que está ante nosotros lavándonos los pies…¿Qué hemos hecho de nuestras misas… incluso de Nuestra Semana Santa? Cristianos que ponen todo el acento en lo externo, en la ornamentación de un trono, en el vistoso cortejo procesional y no participan en ese Misterio que se consuma en la celebración litúrgica. ¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? Para muchos es solo algo facultativo, rutinario, falto de vida, de actitudes que por no tenerlas, ni alimentarlas, van minando nuestra participación en el Misterio de nuestra fe: Llegamos tarde, nos reducimos, a veces, a un simple estar, comulgamos maquinalmente, cuantas veces, incluso, después de largo tiempo de no participar en los sacramentos de la Iglesia, medimos el tiempo que dedicamos al Señor reloj en mano, y nuestra vida no cambia…¿Por qué no pedir esta tarde al Señor que nos dé una mirada nueva para redescubrir este sacramento central de la vida cristiana?
Pero no solamente hemos de discernir el Cuerpo de Cristo Eucaristía, también hemos de discernir el Cuerpo de Cristo-Iglesia, significado de forma eminente y sacramental en nuestras asambleas. “Sus asambleas, dice Pablo, en lugar de hacerles bien les hacen mal”…¿Cómo comulgar con Cristo si nuestras asambleas no son ese cuerpo unido por el Espíritu Santo? No podemos comulgar con Cristo sin discernir que nuestra comunión con El pasa por la comunidad eclesial…Una comunidad dividida, cruzada por los conflictos, las envidias, la búsqueda de poder, el desamor…no es la comunidad de Jesucristo, por muy bella que sea su liturgia.
Discernir el Cuerpo de Cristo en los pobres: En Corinto las diferencias sociales de la comunidad cristiana eran considerables. Pobres y ricos formaban parte de aquella joven iglesia, pero había diferencias hirientes que se ponían en evidencia, sobre todo, a la hora de la comida que acompañaba en aquel tiempo a la Eucaristía, pues, mientras unos comían y hasta se emborrachaban, otros pasaban hambre… No podemos celebrar la Eucaristía sin discernir el cuerpo hambriento, desnudo, enfermo, necesitado de Cristo que vive en el pobre. Alimentarse de Cristo exige alimentar al pobre, cuerpo de Cristo. Esta hucha que hemos colocado, junto al comulgatorio para encauzar nuestras penitenciales cuaresmales y apoyar un proyecto de promoción de la mujer en Tanzania, nos traduce de forma plástica esta unidad. Comulgar con Cristo es comulgar con el pobre, en este caso unas pobres y desconocidas mujeres de un lugar desconocido de Africa que podrán mirar con alegría al futuro, porque nosotros hemos visto en ellos a Cristo y les hemos ayudado a recuperar su dignidad y su esperanza a través de nuestra solidaridad.
Discernir, a la hora de comulgar, que ese cuerpo es nuestro propio cuerpo: Por la Eucaristía nos convertimos en sagrarios de Cristo, en tabernáculos de Dios…También esto debemos tenerlo en cuenta a la hora de la Eucaristía. Nuestra dignidad exige cuidar nuestras actitudes, recrear nuestros comportamientos, porque “nuestro cuerpo no es para el pecado, sino para el Señor…” En Cristo nosotros mismos nos hacemos eucaristía, toda nuestra existencia se convierte en eucaristía.
Hermanos, este denso mensaje, esta densa lección arranca de lo que estamos haciendo, la Eucaristía, la Misa, la Cena del Señor, que tuvo su origen en la Ultima Cena del primer Jueves Santo de la Historia… Ojalá, esta celebración nos ayude a confrontarnos con esta Palabra, nos ayude a descubrir a Cristo presente en la Sagrada Eucaristía, en la Iglesia, en los pobres, en nosotros y nos impulse a alabar al Señor y darle gracias, porque estamos aquí, no por nuestros méritos, sino por puro regalo de Dios. Que la Misa nos anime siempre a traducir en la vida de cada día, en casa, en el trabajo, en todo cuanto hacemos, lo que aquí significamos y expresamos.
Viernes Santo:
A las 9,30 rezo de Laudes (La iglesia se abrirá a las 9 y estará abierta ininterrumpidamente hasta las 24 horas). Celebración de la Pasión y muerte del Señor a las 17,30 horas.
Procesión Magna desde nuestra parroquia con los pasos del Señor en el Huerto, el Señor de la Humildad y Paciencia, la Cruz desnuda con S. Juan y la Magdalena, el Santo Sepulcro y, por último, la Virgen de la Soledad de la Portería. A las 22,30 salida de la Virgen de la Soledad en la procesión del retiro y silencio.
Homilía para el Viernes Santo
En el momento en que Cristo muere en la Cruz, todo lo que El había sembrado parece reducirse a la nada. La muerte triunfa aparentemente sobre Aquel que decía: “Yo soy la vida””. Sin embargo todo empieza precisamente en ese momento a clarificarse: Si el grano de trigo…: esta tarde celebramos la victoria de Cristo.
El Viernes santo es para los cristianos, la celebración de una espera. Reviviendo los sufrimientos y la muerte de Jesús aguardamos su Resurrección.
Esperamos la Pascua, porque queremos acoger la vida del Resucitado en nuestro ser crucificado por el pecado, el fracaso, la debilidad, las contradicciones e incoherencias, por la enfermedad, la muerte. La muerte, confesamos hoy, a pesar de las apariencias, no es la última palabra sobre nuestra fragilidad, sobre nuestra terrible y permanente precariedad. La muerte es el paso a la vida. No vivimos para morir, morimos para resucitar.
Cuando fuimos bautizados, la Iglesia nos entregó en el momento de la acogida, la señal de la cruz, distintivo de los cristianos. Desde entonces hacer la señal de la cruz sobre nuestro cuerpo no es sólo un signo que indica nuestra pertenencia religiosa, nuestra identidad, es también un signo de esperanza. Llegada la hora de pasar de este mundo al Padre, Cristo nos incorpora a su marcha, nos invita a seguirle para que, por la fuerza del E.S. experimentemos y vivamos para siempre la vida que brota del Corazón de nuestro Padre Dios que le resucitó a El y también nos resucitará a nosotros, sacándonos de nuestros sepulcros: llámense apatías, desgana, complejos, depresiones, egoísmo, insolidaridad… De todos nuestros sepulcros nos sacará el Señor.
La Pasión que acabamos de proclamar nos ha hecho a todos testigos de un motín de odio contra el Mensajero de la ternura de Dios. Pero El mensajero de esa ternura no se ha hundido ante tanta injusticia, ante tanta sin razón, sino que le ha hecho frente. El se ha batido hasta el límite contra el mal y le ha vencido con el bien, incluso en el mismo patíbulo, donde pende entre el cielo y la tierra. De su boca sólo hay palabras de perdón, de misericordia, de confianza en Dios…
Hermanos, el dolor, la enfermedad, la traición del amigo, nuestras mediocridad, la envidias, la violencia, el escándalo de aquellos de los que esperábamos buenos frutos y sin embargo han dado agrazones… cruzan permanentemente nuestra vidas….Pero ¿qué o quién nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús? Si el Crucificado ha descendido a todos nuestros infiernos particulares para asociarse e identificarse con nosotros en todo, es para arrastrarnos con El, levantarnos, asociarnos a su victoria… Si morimos con él, viviremos con El… ¿Dónde está, entonces, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?
¡Victoria tu reinarás! ¡Oh Cruz, tú nos salvarás!
Sábado Santo: Gran Vigilia Pascual a las 21 horas (Este día no habrá más misas que la que tiene lugar dentro de la Vigilia Pascual. El sábado Santo es un día para el silencio. Un día que es un compás de silencio entre la muerte injusta del Inocente y la apuesta de Dios por el justo: la resurrección. Entre ambos este «no día»… » muerto y sepultado…descendió a los infiernos».
Homilía para la Vigilia Pascual
«¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos! Esta es la noche de la que estaba escrito: Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo.”
Queridos, hermanos, dejémonos empapar, invadir por los grandes signos de esta celebración litúrgica, les invito a entrar progresivamente en el misterio, decisivo Misterio, que acontece aquí y ahora y que la liturgia con su lenguaje cargado de simbolismo les quiere no sólo traducir, sino también comunicar; que cuanto aquí vemos, olemos, tocamos del Misterio de Dios se haga vida de nuestra vida y active en nosotros, en todos nosotros, la fuerza de la resurrección, la fuerza de la vida que se nos comunicó ya en nuestro bautismo.
“La vida no termina, se transforma”, decimos en el prefacio de las misas de difuntos y en esta noche estamos viendo desplegarse ante nosotros esta misma afirmación en una secuencia de etapas que nos hablan de tránsito, de pascua, de paso de la muerte a la vida.
En primer lugar el paso del caos, de la oscuridad y de la tiniebla a la luz: Al principio reinaba el caos y la tiniebla y dijo Dios: “Hágase la Luz”.
Después del invierno, oscuro y frío que lleva la desolación a los árboles y a la naturaleza, la vida terca hasta el extremo, brota en la primavera con nuevos bríos. Es la llamada a vivir en armonía con nuestro universo, a respetar el medio en que vivimos, a denunciar la degradación permanente del entorno que nos permite vivir. Esta procesión de la oscuridad a la luz que hemos recorrido es el grito de una naturaleza que gime, como dice Pablo, con dolores de parto, y espera también ella ser liberada. Es la llamada a un ecologismo sensato, inteligente y combativo. Es la Pascua cósmica
La segunda etapa de esa secuencia de tránsitos nos ha hablado de un recorrido histórico por la historia de Israel hasta llegar a Cristo. Es el Dios en el que creemos, que pasa con nosotros para liberarnos. Un Dios que nos salva y que nos arrastra hasta un nuevo amanecer, una nueva esperanza, una nueva vida, aunque haya sido a un precio verdaderamente insólito, la muerte del mismo Dios. ¡Cristo es nuestra Pascua, nuestra pascua es Cristo! “¡Te saludo a Ti Pascua, que eres un ser vivo!” Dice la más antigua homilía que conservamos de esta noche. Caer en la cuenta de esto, ser conscientes de tanto amor, de tanta locura, para abrirnos a todos y a cada uno de nosotros una esperanza, es inaudito…por ello, no es extraño que la Iglesia pierda, incluso los estribos, borracha de tanta ternura inesperada y haya cantado hace un momento en el Pregón: “¡Feliz la culpa que nos mereció tal Salvador!”.
Y seguimos avanzando en este itinerario pascual, deshojando hoja a hoja, como quien va quitando capas a una cebolla, y vamos acercándonos a su núcleo, a su corazón y nos encontraremos dentro de poco, el Bautismo. El Bautismo que es nuestra propia Pascua, la Pascua de la Iglesia. También nosotros hemos de pasar en esta noche. Pasar con Dios que pasa, con Cristo que ha pasado de la muerte a la vida; pasar, a una experiencia más fuerte, más coherente, con esta fe que profesamos. Dentro de unos momentos bautizaremos a un adulto que se ha venido preparando durante largo tiempo para este momento, pero también, con él, queremos bautizarnos de nuevo todos nosotros, recrear nuestro Bautismo. Sumergirnos de forma nueva en Jesucristo y dar paso en nosotros a lo mejor de nosotros mismos, a todo eso bueno que nos habita y que a menudo bloquean y malean nuestros defectos. Pasemos a una vida nueva, reinventemos nuestra fe y tratemos de ser no sólo hoy, sino siempre, en casa, en el trabajo, en la sociedad, en la Iglesia, testigos de que es posible un mundo diferente, más justo, más humano, más fraternal.
Por último llegaremos, a la cima de esta celebración: la Eucaristía, Pascua permanente para el cristiano. Comulgar con la Eucaristía, en la Misa, significa tomarnos en serio todo lo anterior. Significa comulgar con el destino del Señor resucitado que quiere hacerlo todo nuevo…. “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” Esto es comulgar: buscar la vida, no la muerte. Poner vida donde, desgraciadamente muchos, ponen desolación, terror, angustia… Significa decir “No” a todo aquello que mortifica…produce muerte…soledad, exclusión.
“Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para la gloria de Dios. Y, aunque distribuye su luz no mengua al repartirla” Sólo creceremos, viviremos, seremos felices si repartimos, si nos damos, si nos desparramamos como esta llama: A Cristo, “que no consideró un botín que debía defender contra todo, el ser considerado Dios, sino que se abajó y se entregó haciéndose hombre, muriendo una muerte de Cruz, Dios lo levantó y le dio un nombre sobre todo nombre y lo constituyó Señor”. Porque se dio, porque se derramó para los otros, porque entendió su vida como una donación total, Dios lo levantó sobre todo y lo hizo “Señor”. ¡Aleluya!.
Domingo de Resurrección: Bautismo comunitario: 10,45 horas
Misas como de costumbre: a las 10, 12 y 19 horas.