Celebramos, hoy 15 de septiembre, la fiesta litúrgica de Ntra. Señora de la Soledad, para los que veneramos este bendito icono de María, “Virgen de la Soledad de la Portería”
¿Se imaginan ustedes las miles y miles de plegarias rezadas ante esta imagen de María? ¿Podríamos contabilizar las súplicas y agradecimientos acogidos por este rostro de mujer herida, pero serena, recibidos a lo largo de casi 500 años de presencia en nuestra ciudad?
Pues bien, junto a ella, junto a esta imagen de María, queremos hoy detenernos y, como ella, reflexionar y meditar la Palabra escuchada en el evangelio.
“De pie, junto a la Cruz, estaba María su madre”, nos acaba de decir S. Juan en el Evangelio. «De pie junto a la Cruz…»: Misterio de amor hasta el límite y, al mismo tiempo, expresión de fe y de solidaridad. Junto a la Cruz, «de pie», como lenguaje en movimiento, confesión de fe en el Dios que se hizo hombre por nosotros y expresión de solidaridad, porque en el rostro del crucificado descubrimos el rostro de todos los crucificados de la tierra, el rostro de las personas rotas, solas…
Junto a la Cruz “estaba» su madre… “Estaba la madre dolorosa junto a la cruz, lacrimosa”, «Stabat Mater…» Lo afirma el Evangelio y lo subraya este antiguo poema, llamado Secuencia, que nos propone la liturgia de este día. Este poema medieval que reflexiona, con la letra y con la música, sobre el cuadro dramático de María «de pie», junto a su hijo ejecutado en la cruz. “Estaba»…Es todo lo que dice el Evangelio.
Con frecuencia, ante el dolor ajeno nos sentimos impotentes… ¿Qué hacer ante esa persona enferma de Alzheimer, ante esa persona maltratada por el cáncer, ante esa persona deprimida hasta el suicidio a la que quisiéramos abrir un camino de esperanza y no sabemos cómo? ¿Cómo afrontar esa enfermedad mental que nos supera y nos desarma?.
Son muchas las situaciones ante las que nos sentimos impotentes, desarmados… Pero siempre será posible “ESTAR” (junto a la cruz “estaba” su madre…). Es este, sin duda, un rasgo esencial de la vocación de María: simplemente “estar”. En Caná de Galilea, al pie de la Cruz, en medio de la comunidad post pascual…»María estaba allí».
Pero en ese sencillo y mudo estar de María las cosas cambian, todo va lentamente transformándose. Cada vez que el Evangelio nos dice que María “estaba allí”, siempre pasa algo y algo bueno: en Caná el agua de las purificaciones judías, símbolo de la antigua ley, se transforma en el vino nuevo de los tiempos mesiánicos. En Jerusalén la pequeña e insegura comunidad de seguidores de Jesús recibe el Espíritu Santo y sale a anunciar con valentía el Evangelio. Junto a la Cruz, en el momento de la derrota y de la dispersión, la presencia de María engendra la Iglesia con nuevos lazos de familiaridad, con nuevos hijos.
Es importante saber conjugar en nuestra vida el verbo “estar”, como María. Hay muchas situaciones en la vida en las que no podemos hacer nada, en las que nos sentimos superados por los acontecimientos, agotados ante la impotencia o la desproporción de nuestras respuestas frente a lo que se nos ha venido encima…Pero es hora de que entendamos que no todo es “hacer”. En las situaciones difíciles, en los contextos desconocidos, también es importante saber “estar”.
¿Qué hacen algunos misioneros y misioneras en tierras del Islam donde no pueden siquiera anunciar el Evangelio? Simplemente “estar”, dar testimonio con sus vidas de la pasión que les anima. ¿Qué hace una persona junto a un enfermo o enferma de Alzheimer o un enfermo síquico profundo…? ¿Qué puede hacer? Posiblemente poca cosa, pero sí estar y dar testimonio con su ternura y su cariño de la ternura y del cariño de Dios. ¿Qué podemos hacer nosotros en esas situaciones en las que muchas veces la realidad que vivimos supera con creces nuestros miedos?
Por ejemplo, ¿Qué hacer ante las decisiones de un hijo o una hija en contra de lo que les hemos transmitido?… Pues simplemente, “estar,” como María, manteniéndonos fieles a la fe de nuestros padres y siempre, como María, generosos y solidarios: hombres y mujeres prestos a ofrecer nuestro pañuelo para enjugar las lágrimas del otro, secar el sudor del que bracea en la fatiga o está perdido en su equivocadas opciones.
“Estar” en las iniciativas que surgen del otro, animar con nuestro saber “estar” lo que es positivo para el grupo, aunque no haya salido de nosotros…. “Estar” como testigos, en el trabajo, en medio de la sociedad; «estar», en la comunidad, en los espacios en los que transcurre nuestra vida – la familia, la parroquia, la cofradía, nuestros vecinos… – «estar» simplemente como testigos de Aquel que nos llena la vida, que nos hace mejores.
«¿Qué debo hacer para evangelizar?» Le preguntaba ingenuamente uno de los primeros hermanos a San Francisco de Asís, y éste le respondía con sencillez: “Estar” y si alguna vez hace falta también hablar.
Estar, permanecer, compartir, acompañar, caminar junto al otro con la silenciosa y, tantas veces, impotente presencia puede ser el principio de algo nuevo: Vino en vez de agua, fuerza testimonial en lugar de palabras vacías, futuro y vida, en lugar de lamentos y críticas destructivas.
¡Cuántas veces un simple y mudo «estar» dice más que mil palabras huecas, palabras falsas, rutinarias, con las que expresamos el dolor, el pésame o la alegría! «Estar» puede generar relaciones nuevas donde hay exclusión; buen ambiente donde abundan las críticas malsanas o el , «mal rollo»… María “estaba”….
«Saber estar…» «Permanecer», es en definitiva una alternativa, que puede generar esperanza y ser más elocuente que mil palabras.
¡Virgen de la Soledad, Madre del Silencio, ayúdanos no sólo a «hacer», sino también a “estar,”! Cuando todos huyan o se sacudan sus responsabilidades, que yo permanezca: sin palabras, sin quejas, sin alardes, pero de pie, siempre esperanzado, siempre concentrado en lo que está por llegar!. Amén.