Nos adentramos en el Adviento y, junto a la llamada del Bautista y de los pofetas del Antiguo Testamento, contemplamos a María en el misterio de su Inmaculada Concepción. María, mujer y madre, modelada por el Espíritu de Dios y modelo de todo creyente, es maestra del Adviento, porque “ella esperó al Señor con inefable amor de madre.” (Prefacio de Adviento).
Ella es la aurora y con ella amanece el tiempo definitivo, la “plenitud de los tiempos”. Por ello, “Dios la preservó – como proclamamos en el cuerpo del Prefacio de la Eucaristía de esta Solemnidad – de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuera digna madre de su hijo y comienzo e imagen de la Iglesia”.
Este ciclo de la Manifestación del Señor es un tiempo mariano por excelencia (Pablo VI, Marialis cultus) en él contemplamos a María en aquellos títulos que la honran de modo especial: El primero y fundamental, el título de Madre de Dios (1 de enero), raíz y fuente del resto de sus títulos.