Evangelio del domingo XIX del T. Ordinario (A)

 

(Mt 14,22-33)

En el evangelio que acabamos de escuchar, S. Mateo recoge el recuerdo de una tempestad vivida por los discípulos de Jesús en el mar de Galilea. Este relato tiene un objetivo: invitar a sus lectores a escuchar, en medio de la crisis y de los conflictos que se viven en las comunidades cristianas, la llamada apremiante de Jesús a confiar en El.

El relato proclamado en el evangelio, describe de manera gráfica la situación: La barca está literalmente “sacudida por las olas”, en medio de una noche cerrada y muy lejos de tierra. Lo peor es “ese viento contrario” que les impide avanzar. Y hay algo aún más grave: los discípulos están solos. Jesús no está en la barca.

Cuando se le acerca caminando sobre las aguas, los discípulos no le reconocen y, aterrados, comienzan a gritar llenos de miedo. El evangelista tiene buen cuidado en señalar que su miedo no está provocado por la tempestad, sino por la incapacidad para descubrir la presencia de Jesús en medio de aquella noche horrible.  La Iglesia, los cristianos, podemos atravesar situaciones muy críticas, muchas noches cerradas y oscuras a lo largo de la historia, pero el verdadero drama, tanto de la Iglesia como nuestro en particular, comienza cuando nuestro corazón es incapaz de reconocer la presencia salvadora de Jesús en medio de la crisis, en medio de los problemas y consecuentemente nos incapacitamos para escuchar su voz: «¡Animo, soy yo, no tengan miedo!».

La reacción de Pedro es sorprendente y admirable al mismo tiempo: “Si eres tu, mándame ir hacia ti sobre las aguas”. La crisis es el momento para hacer la experiencia privilegiada de la fuerza salvadora de Jesús. Los momentos de crisis son un tiempo privilegiado para sustentar la fe, no sobre tradiciones humanas, apoyos sociales o devociones equívocas, sino sobre la adhesión vital a Jesús, el Hijo de Dios.

El narrador resume la respuesta de Jesús a Pedro en una sola palabra: ¡VEN!. Aquí no se habla de una llamada a ser discípulo de Jesús. Es una llamada diferente y original que todos hemos de escuchar en tiempos de tempestad. Una llamada que hemos de escuchar todos, el sucesor de Pedro y todos los que estamos en la barca, zarandeados por las olas. Es la llamada a caminar hacia Jesús sin asustarnos por el viento contrario, dejándonos guiar sólo por el Espíritu favorable. El verdadero problema de los cristianos y, por tanto, de la iglesia, no es la secularización progresiva de la sociedad, ni el final de la cristiandad en la que nos apoyábamos a lo largo de los siglos, sino nuestro miedo secreto a fundamentar nuestra fe solo en la verdad de Jesucristo, en nuestro encuentro personal con El. Tenemos dificultad e incluso miedo, a escuchar y discernir los signos de nuestro tiempo a la luz del Evangelio, porque tenemos miedo a que eso nos suponga demasiado; tenemos miedo a renovar nuestra forma de entender y de vivir el seguimiento de Jesús. Sin embargo también hoy, el Señor, Jesús, sigue siendo nuestra esperanza.“No tengan miedo a Jesucristo”, advertía el Papa Francisco a los jóvenes reunidos en Lisboa el domingo pasado a partir del evangelio de la Transfiguración… Ese es el núcleo de la Palabra de Dios hoy también. No tengamos miedo a Jesús, porque donde empieza el miedo termina nuestra fe.

Pedro, es una figura especial en este relato, observémosle. Pedro es ese pescador que tanto se parece a nosotros: Un hombre de agua y de piedra, una especie de péndulo profundamente humano, que se mueve entre sueños y dudas, entre una fe grande, fuerte y una fe infantil y un poco loca: Su espontaneidad lo hace salirse de la barca, pero el recorrido de su poca fe, lo hace hundirse. Pedro, da pasos milagrosos en el lago y camina un trecho sobre las aguas, pero en medio del milagro, siente miedo, su fe entra en crisis y se hunde.Los milagros no producen fe. De hecho, mientras Pedro experimenta el milagro, se hunde…Lo cual nos advierte que los milagros no son necesarios para ir a Jesús…Pedro, siente miedo, y curiosamente, mientras se hunde en el agua, en sus dudas, grita: “¡Señor, Sálvame!” Y eso lo cambia todo.
Al ver que el viento era fuerte, Pedro sintió miedo y de pronto, sus ojos ser desvían de Jesús y se centran en las olas, en la tormenta, en el caos, en sí mismo…Se hunde y justamente, cuando es presa de la duda, mientras se hunde, encuentra en su debilidad, la fuerza para gritarle a Jesús su confianza en El…

La raíz de la fe es eso precisamente, ese grito que todos llevamos dentro, ese gemido, tantas veces sin palabras, que todos experimentamos en la tormenta y en los momentos bajos de nuestra existencia. Es el grito que todos llevamos dentro,que nada lo borra, ni siquiera la incredulidad y que emerge espontáneo en el momento del miedo, del fracaso o de la desespración, confiados en que El está ahí, que Dios está ahí, no para acusarnos con su dedo justiciero, sino para levantarnos con su mano salvadora: “¡Sálvame! ¡Señor, te necesito!”…El primer movimiento de la fe es siempre el clamor, el sentimiento de que somos seres inacabados, necesitados. Si nuestro grito es auténtico y emerge de nuestra fe, aunque sea pequeña, Dios siempre extenderá su mano, que nunca ha dejado de alargarse hasta nosotros, para que nos aferremos a ella.

Termino recordando unas bellas palabras del papa Juan XXIII que me parecen una buena consigna para los momentos de dificultad, para las situaciones en las que nos hundimos en las aguas de la desesperación: “No consulten nunca con sus miedos, sino con sus esperanza y con sus sueños.”

No lo  olvidemos: Si confiamos en El, el Señor no alcanzará  con su mano para agarrarnos en el centro y en el ámbito en el que nos hundimos, en el corazón mismo de nuestra fe, aunque sea pequeña. «¡Sálvame, Señor…Te necesito!»

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