Evangelio del domingo VI de Pascua (A)
(Jn 14, 15-21)
El evangelio que hoy hemos proclamado, nos remite a las últimas horas que Jesús compartió con sus discípulos antes de morir. Estamos en el Cenáculo después de comer, el Maestro se explaya con los suyos. Sabe que están viviendo horas críticas y que vendrán horas más difíciles aún. Imaginemos, pues el clima de aquella sobremesa:
Judas ha salido a cerrar los últimos trámites con los enemigos del Maestro para delatarlo. El Maestro dice que se va y ya no estará con ellos… ¿Quién podrá llenar ese vacío? ¿Quién les defenderá en adelante de los escribas y fariseos?… Jesús les alienta y les habla apasionadamente del regalo del Espíritu: “ Yo rogaré al Padre para que les envíe otro defensor, que esté siempre con ustedes”, le llama el Espíritu de la verdad. “No tengan miedo…No les dejaré huérfanos”.
En este contexto hemos de enmarcar estos siete versículos que acabamos de proclamar. Y lo primero que nos llama la atención en este corto texto que nos ofrece la liturgia, es la primacía que tiene en el pequeño texto el verbo “amar” : Al principio del mensaje y al final, la misma actividad: “Amar”, precedida en este caso por la pequeña partícula “SI”, aparentemente poco importante y sin embargo reveladora de la forma de actuar de Jesús.
Jesús no dice “ustedes deben amarme como contrapartida a lo que yo hago por ustedes”, no… En las palabras de Jesús no hay amenazas, ni imposiciones… “Ustedes puedes amarme o no”, viene a decirles a los discípulos…”Tienen absoluta libertad para hacerlo o dejar de hacerlo”, pero, ”si me aman”, si tú me amas, serás transformado en otra persona, llegarás a ser lo que yo soy, serás prolongación de mis gestos y mis palabras resonarán en tu boca.
Y, aquí aparece un segundo término decisivo del Evangelio de hoy; una palabra muy corta, pero explosiva: La preposición “EN”…. ”Yo estoy en mi Padre, ustedes en mi y yo en ustedes”. Dios dentro de ti y tu insertado en Dios, inmerso en Cristo, sumergido en El.
“Si me amas guardarás mis mandamientos”, no por obligación o como quien asume un código de conducta más o menos llamativo…Sino como expresión hacia afuera de lo que vives por dentro. “Si me amas”, no como una obligación, ni como un perfil al que te adhieres por “postureo,” sino me amas y amas como explosión de la savia que bulle dentro de ese tronco de árbol aparentemente seco que es la vida misma de cada uno. Se trata de amar con la vitalidad que nace en el interior del discípulo, como la savia capaz de romper la corteza aparentemente estéril del tronco y desplegarse en hojas, flores y fruto. “Si me amas…” Actuarás en coherencia y tus buenas obras emergerán como expresión y salida de la fuerza que te habita.
Es curioso…Hasta ahora habíamos escuchado muchas veces que el Señor nos proponía amar a los otros, amar a los pobres, a Dios, al prójimo, a los enemigos y ahora nos pide amarle a El. Para ello no dicta normas, simplemente mendiga, pide que ese amor a los demás lo incluya a El… Ese amor, El no lo revindica, lo espera.
“Si me aman, guardarán…” Y no habla de un código, no habla de los mandamientos de Dios o de la Iglesia…No. Habla de un estilo de vida, de su forma de ser…Jesús cuando habla de “cumplir los mandamientos”, habla de asumir aquellos gestos y formas de proceder que no mienten, porque son gestos que sólo pueden proceder de él: El que lava los pies, el que está en medio “como el que sirve”; el que arriesga buscando la oveja perdida; el que abraza al hijo perdido; el que se sienta a la mesa con pecadores y prostitutas, el que hace de los niños los príncipes de su Reino…El que ama el primero, el que ama siempre, el que ama a fondo perdido. “Lo que yo he hecho, háganlo también ustedes”. Si me aman, actúen así…Guarden esto.
“Si me amas”…Este es el punto de partida: Un “si”, condicional, humilde, frágil, paciente, libre…Está en nuestras manos responder al Señor, mendigo de tu amor y de mi amor. En esta opción fundamental no estamos solos… A la hora del discernimiento y de las decisiones ante una vida llena de futuro y de caminos abiertos, no estamos solos: Nos acompaña el Espíritu de la verdad, el gran regalo del Resucitado.