(Lc 2,1-14;Lc 2,15-20; Jn 1,1-5,9-14)
“Alégrense, les ha nacido un salvador…” En medio de la noche de nuestro día a día, – a veces aburrido, apagado y triste,- se nos invita a la alegría.
“No puede haber tristeza cuando nace la vida.” (S. León Magno) “¡Alégrense!” No se nos invita a una alegría insulsa y superficial, tampoco se nos invita a la alegría de quienes ríen y no saben por qué, envueltos en unos villancicos que nacieron un día para adorar a un Dios hecho Niño y hoy permanecen, deformados por la publicidad en los medios o repetidos hasta la saciedad en las áreas comerciales, sin más finalidad que incitarnos a la compra y al consumo…Luces que lo invaden todo y no iluminan el interior de nadie; estrellas que guían, pero que no conducen a ninguna parte.
Y, sin embargo, tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena, para la fiesta solemne: “Dios se ha hecho hombre y ha venido a habitar entre nosotros”. Hoy se nos invita a vivir alegres y a dejarnos invadir por la cercanía de Dios, a dejarnos seducir por la ternura de Dios que se manifiesta en este Niño recién nacido. “Esta es la noche de la fascinación” ante un Dios inaudito.
Los creyentes tenemos que recuperar el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanto aturdimiento y superficialidad, el misterio que da origen a nuestra alegría. Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios…
¿Cómo vamos a tener miedo de un Dios que se nos acerca como un niño recién nacido, impotente, necesitado de protección y cuidado, como cualquier recién nacido? ¿Cómo huir ante quien se nos presenta frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para someter a los hombres…Todo lo contrario: Se nos ha acercado en la ternura y en la fragilidad rotunda de un bebé, a quien podemos hacer sonreir o llorar.
Más allá de las nostalgias que levantan estas fiestas, las ausencias de seres queridos que han partido, que no están y sin embargo sentimos presentes, más fuertes que nunca en estos momentos…Por encima y a través de tantos gritos de dolor y personas rotas por el fracaso, la enfermedad o la marginación, en esta noche hay algo que a todos nos afecta. Todos nos intercambiamos saludos y deseos de felicidad; augurios de paz en estas fiestas, pero nadie ignora la crisis y la desgracia, la violencia y la corrupción, el dolor que nos envuelve, las heridas por donde sangramos cada uno de nosotros y sangra nuestra sociedad. Y es justamente este contraste, entre lo que deseamos y lo que vivimos, la distancia entre la paz que buscamos y las guerras que no cesan, lo que nos hace constatar que el mundo necesita algo que nosotros solos no podemos garantizar.
La Navidad, es la fiesta que mejor puede compartir todo el mundo. De hecho, es la fiesta que ha hecho cultura a nivel global…Y quizá sea por esto: Nuestra existencia, nuestra precaria condición humana, frágil y desvalida, necesita salvación.
Y es esa salvación la que nos anuncia la liturgia en esta noche y en este ciclo navideño: Este Niño que nace en Belén es salvación para todo hombre que viene a este mundo, para los que creen y para los que dudan, para los que buscan y para los que no lo creen necesario. Este Dios, hecho hombre es mayor que nuestras dudas o esperanzas, es más grande que nuestras blasfemias y gritos. Es “ Dios con- nosotros”.
Abramos de par en par nuestro corazón a la ternura, dejemos que el silencio se llene de admiración, de pasmo, de «entusiasmo» ante un Dios tan diferente a como lo imaginamos tantas veces, tan cercano. Posiblemente si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño, comprenderíamos mejor el misterio que celebramos y el motivo por el que, en el fondo, todos tenemos en esta noche la palabra “felicidad” en nuestros labios para dársela al otro.
Navidad es un tiempo para pararnos y contemplar -(Todo lo contrario que solemos hacer en estos días). Tenemos que detenernos y, en silencio, observar la escena repetida en todos los belenes del mundo: Navidad es contemplar, es escuchar, es oler, es ver…
Cuando hablamos de la Navidad no hablamos de un cuento que sucedió en países legendarios. Estamos hablando de algo que está aconteciendo también ahora, aquí; estamos hablando de algo que se actualiza, de Alguien que se hace presencia para nosotros en los pañales de esta liturgia.
Dios se hace “carne” para que tú y yo nos hagamos dios. Es decir, el hombre, tú y yo, cualquier hombre, también aquel para el que no hay sitio, es sagrado. Es el “divino comercio” del que habla San León Magno y bellamente recoge en sus textos oracionales la liturgia de hoy.
Dios no está en la estratosfera, ni está diluido en la inmensidad del cosmos, ni gobierna sobre truenos y volcanes… Dios es este niño recién nacido, frágil y necesitado como cualquiera de nosotros, que se hace compañero, – mi compañero – y quiere compartir con nosotros el pan duro de la existencia y el pan caliente y sabroso de nuestras fiestas. «Hoy,un niño nos ha nacido, un niño se nos ha dado»(Isaías 9,6-8).
¡No lo olvidemos, Navidad es esto: El En-manuel, “Dios con nosotros!”
¡Feliz Navidad!”