(Mt 28,16-23)
Celebramos la Ascensión del Señor a los cielos. Esta fiesta, que antes celebrábamos el pasado jueves, a los 40 días de la Resurrección, ha sido trasladada, por ajustes con el calendario civil y laboral, al domingo siguiente.El evangelio de Mateo, no nos habla abiertamente de la Ascensión, pero sí nos habla del último encuentro de Jesús con sus discípulos. Luego desaparece de su vista.
Hoy estgamos aquí para aprender de lo que vemos y escuchamos; celebramos una fiesta importante: Jesús cierra el círculo de su éxodo, de su pascua, “Salí del Padre – decía Jesús en la última Cena a sus discípulos – y vuelvo al Padre». Con Él entramos también nosotros en la intimidad de Dios: «Donde está la cabeza de la Iglesia, estará también un día su cuerpo, el pueblo de Dios, que somos también nosotros», proclamaremos en el prefacio. Mientras peregrinamos hacia la Casa común, alegrémonos y permanezcamos.
Según San Mateo todo acontece en una montaña de Galilea. Allí, en Galilea, había empezado todo: Las montañas son como índices que apuntan al cielo, a lo inabarcable…Son como trozos de tierra que se adentran en el infinito, peanas – dice la biblia – para los pies de Dios…Testigos primeros y últimos del amanecer y el atardecer de la luz.
Cuando lo vieron – dice Mateo – “los discípulos se postraron… Pero algunos dudaron”. Jesús, si hacemos ligeramente un balance de su vida, fue un fracasado: Deja la tierra con un resultado más bien deficitario. Allí, junto a El, están solo once hombres confundidos, amedrentados y, posiblemente, un pequeño grupo de mujeres valientes y tenaces. ¡Qué tropa! Es un grupo que le ha seguido a lo largo de tres años por los caminos de Palestina, pero no han entendido casi nada de lo que les ha dicho, aunque eso no ha sido una dificultad para amarlo mucho. Ahora están ahí, porque han querido ser fieles a la cita que Jesús les había dado. Aquí hay algo importante que no podemos pasar por alto: Alli sólo hay un pequeño grupo de gente con pocos méritos en su curriculum…Pero a Jesús eso parece no inquietarlo…A El le basta saber que le aman…Es lo único que necesita para fiarse de nosotros, que le amemos a pesar de nuestros cortos méritos.
Ahora vuelve al Padre, seguro de no haber sido entendido del todo, pero sí querido, y seguro de que lo seguirán queriendo. Jesús, realiza un acto de confianza total en aquel grupo, es un grupo que todavía está lleno de dudas y, a pesar de ello, Jesús contra toda lógica confía en ellos: El mundo nuevo que han soñado juntos no lo pone en manos de expertos o en manos de los primeros de la clase para que lo vayan construyendo, no, lo confía a la fragilidad de unos hombres inseguros, amedrentados….Aparentemente son poca cosa, pero llevan dentro la impronta de su vinculación entusiasta a su persona… Es la grandeza de lo pequeño… El dinamismo del pizco de sal que da gusto a toda la comida, la ley del granito de mostaza, pequeñísimo, pero que crece y se hace un árbol, es el poquito de levadura que fermenta la masa, la fuerza y la potencia de una llama diminuta e incipiente, capaz de prender fuego a toda la tierra.
En el texto proclamado, hay una frase de Jesús que sorprende y llama particularmente la atención: “A mí se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra…vayan, por tanto…”. Esta partícula…”por tanto”…es bellísima: Para Jesús todo lo suyo es nuestro también. Si todo lo que se le ha dado a Él, lo pone en nuestras manos, vayan sin miedo, porque todo lo suyo es nuestro. ¡Pónganse en camino…y hagan discípulos míos…! Discípulos, ¿para qué? ¿Para llenar las iglesias, para romper estadísticas, para crear adeptos? No. Nos envía a contagiar una forma nueva de vida, a hacer viral – como se dice ahora – lo que hemos visto en El, lo que hemos aprendido de Él…Nos envía a mostrar al mundo la belleza y la grandeza del Evangelio.
Y, cerrándolo todo, sus últimas palabras, su rúbrica definitiva, su testamento: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final”.
Esto es la Ascensión…Una fiesta que entenderemos, si la vemos, no como un viaje de Jesús a lo alto, lejos, a un punto remoto del cosmos. No. Sino como un viaje a nuestro interior.Jesús no se ha ido, se ha hecho más vecino que nunca, porque mora en nuestro interior. No se ha mudado más allá de las nubes, sino más allá de las apariencias, de las formas. Jesús ha entrado en el corazón del mundo, de las cosas, de la naturaleza, de cada uno de nosotros, como una fuerza que tira de nosotros hacia arriba, hacia una vida más humana, más luminosa, más divina.
En estos tiempos recios que nos toca vivir no nos desanimemos: Sigamos caminando, animémonos unos a otros y permanezcamos. “Yo estaré con ustedes hasta el final…” ¡No estamos solos! El Señor está dentro de nosotros, su energía nos empuja hacia lo alto, tira de nosotros…Es hora de quitar el freno, de dejarnos llevar. Confiemos en Él, Él se fía de nosotros; cuenta con nosotros a pesar de nuestras dudas, a pesar de lo poquito que somos… ¡A Él le basta que le queramos de verdad…! ¡El pondrá en nuestras manos toda su fuerza, todo el poder que el Padre le ha dado! Unámonos a la cordada y empujemos, tiremos de la vida … En definitiva, escuchemos y salgamos a “bautizar” este mundo en el océano de Dios y a crear, mientras, laboratorios, espacios, ámbitos pilotos de inmersión en El.