Celebramos la Asunción de la Virgen María en carne y alma a los cielos. Una fiesta antiquísima de María que las iglesias orientales han celebrado siempre bajo el título de “La dormición de la Virgen. ” Y, en esta solemnidad, Lucas el evangelista, tal como acabamos de escuchar, nos presenta el único pasaje del evangelio en las que las protagonistas, al margen del Misterio de Dios enraizado en el vientre de aquellas dos madres, son dos mujeres. Son dos madres, María e Isabel, embarazadas en condiciones “imposibles,” que se convierten para el mundo en las primeras profetisas del Nuevo Testamento.
La transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento es un tiempo de silencio: La Palabra de Dios, que prescinde del sacerdocio – recuerden cómo queda mudo Zacarías por su incredulidad ante el nacimiento de su hijo Juan – y vuela fuera del templo de Jerusalén, fuera de lo sagrado, al tiempo que echa raíces en la normalidad de la vida, en la agenda de todos los días.
Contemplemos, pues, una de esas escenas, en encuentro entre dos primas, y dejémonos fascinar por la Palabra:
¡”Bendita tú, entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” Es el comienzo, la primera frase de todo diálogo verdadero. Bendito, bendita, todo aquel o aquella que camina conmigo compartiendo un itinerario y un mismo hogar; todo aquel que se acerca a mí, que me trae luz y me ofrece un abrazo- Le digo, desde el primer momento: “¡Eres para mí una bendición!” Junto a nosotros, junto a cada uno de nosotros, hay mucha gente bendiciendo nuestra vida…Seamos agradecidos y que esta actitud de agradecimiento recorra siempre cualquier diálogo o encuentro con el otro .
Contemplemos la escena: Isabel, como una directora de orquesta, da la entrada con su saludo, despierta el alma de María y hace que toda ella se convierte en danza, en música, en salmo, en canción. María, unida a otras mujeres que le precedieron en la historia de Israel, arranca agradecida con la canción del Magnificat: “¡Mi alma engrandece al Señor!”
¿De dónde le viene a María tanta inspiración? ¿Qué es lo que pone a punto su ritmo y todo su cuerpo? María siente que Dios está presente en la vida, que ha entrado en la historia y late en su vientre y en el vientre de su prima como vida. María siente que Dios interviene, pero no como los héroes de alguna antigua epopeya o como un sátrapa que impone su decisión sin más consideraciones, sino que interviene a través del milagro silencioso y progresivo de la vida que ambas, ella e Isabel, experimentan de forma inesperada: Una es casi una niña, que dice sí, la otra es una anciana que vuelve a florecer. El abrazo entre las dos mujeres ha puesto a bailar al niño de seis meses en el seno de Isabel, y María que experimenta cómo está actuando Dios en todo aquello, entona una alabanza que recorre la historia.
Es el mismo Dios que sigue interviniendo a través de aquellos que salvan vidas, tanto en tierra como en mar; el mismo Dios presente en los que ponen alegría y belleza en las cosas; el mismo Dios que actúa a través de los que sirven y empujan la historia hacia adelante con los pequeños gestos de cada día. María, subida al cielo, es el icono de la apoteosis final de la historia del hombre en su lucha contra el dragón de la ruina que nos amenaza – llámese pandemia, guerra, violencia, desequilibrio cósmico o individual, decadencia de nuestro cuerpo, ternura negada, frustración ante el sufrimiento de los que amamos, muerte…Esos dragones existen, son pequeños o grandes, pero no triunfarán…No ganarán la partida, porque la belleza y la bondad siempre serán más fuertes.