(Mt 28,1-10)
Envueltos en el aroma del incienso, guiados por la luz del Cirio Pascual, alentados por la historia de salvación que hemos ido proclamando en las lecturas, sentémonos a contemplar y a «darle vueltas en el corazón» a este relato del evangelio que acabamos de escuchar, culmen y meta de la peregrinación que atraviesa la historia.
Mateo, el evangelista que estamos proclamando en este ciclo A del Año litúrgico, nos habla y nos trasmite un texto cargado de significado, lleno de sorpresas, preñado de futuro: Amanece, es la madrugada del domingo y a esa hora en que pasamos de la oscuridad a la luz, dos mujeres, osadas, valientes, caminan casi en la clandestinidad por las calles de Jerusalén…Quieren llegar a la tumba del Rabí, muerto en la Cruz en la tarde del viernes y enterrado a prisa porque se ponía el sol y empezaba el Gran Sabah.
Van con lo poco que tienen y van – esta es su intención – a cuidar el cadáver de Jesús, a terminar de embalsamar sus restos como acostumbran los judíos. Estas mujeres aman al Maestro y descubren que el tiempo del amor es más largo que el tiempo de la vida.
Llegan a la tumba y cada paso se convierte en una sorpresa: En primer lugar una sacudida violenta que hace temblar la tierra bajo sus pies y la inmensa piedra del sepulcro que rueda. Luego un ángel – «como un relámpago», dice el evangelista – que les espera sentado sobre la piedra y les habla…Los soldados que custodiaban el sepulcro caídos por tierra, ”como muertos”… Y la gran Noticia: «¡No tengan miedo! Sé que buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado… ¡No está aquí…Ha resucitado!…Vengan y vean el sitio donde lo habían puesto…”
Así empieza la experiencia de la Pascua para estas mujeres, también para nosotros: Pascua es la fiesta de las piedras rodadas, de las lápidas movidas, de los sepulcros abiertos, de lo nuevo.
La mujeres se asustan, se interrogan, se sienten invadidas por el miedo. Pero no se detienen. Son mujeres, aparentemente frágiles, pero indomables, resolutivas. Entran en la cavidad del sepulcro y ven…
Imagínense los sentimientos que emergen en estas mujeres. El evangelista lo describe así: “Estaban impactadas… pero alegres…”
“¡El no está aquí! Miren el sepulcro vacío…» ¡Está, vive, pero no aquí!. Jesús es el viviente por definición, pero hay que buscarlo fuera de los sepulcros. Está fuera, en la ciudad, en la actividad frenética de la historia, en el silencio insoportable de las UCI, en el grito victorioso de los médicos y enfermeros ante la victoria sobre la muerte del enfermo desahuciado, está vivo en los artesanos de paz, en el llanto del niño que nace o en las personas que acogen y comparten, en la comunidad que camina unida, esperanzada…¡Está donde está la vida!
Y, de pronto, otra sorpresa: Una sorpresa que reviste a aquellas mujeres de un gran coraje, de una fuerza excepcional… A ellas, mujeres mudas por lo que veían …“impresionadas”….
Frente a unos discípulos sin coraje, dispersos, están ellas resueltas y prácticas… De discípulas sin palabras, con miedo, pasan a evangelizadoras osadas y convencidas.
“No está aquí, pero vayan y digan a sus discípulos…El irá delante de ustedes a Galilea.”
Y, de pronto, Jesús les salió al encuentro…Les dijo: “¡Alégrense!” Jesús, el Resucitado. El andariego que ama los espacios abiertos, que atraviesa muros y abre puertas. “El es el que va por delante y les espera…”
“El va delante”: Con la cara al viento, despertando los caminos, señalando el horizonte, siempre mirando al futuro, sin dar un paso atrás.
El Evangelio encierra dentro un dinamismo, un movimiento que nunca se detiene, ni ante la muerte, ni ante un revés, ni ante lo que aparentemente parece un callejón sin salida, una situación fatal. Por un hombre que mata, habrá siempre cientos que dan vida, que están dispuestos a sanar la vida; por un árbol que cae, habrá cientos que crecen en silencio, sin ruido. ¡Esto es Pascua!. Esto es vivir la Pascua: Dar pasos, acoger este dinamismo que nos habita y nos empuja a la plenitud, dejarnos llevar por el Espíritu que alimenta y apuesta siempre por lo que produce vida.
Esta es nuestra aportación peculiar a la historia, esto es lo que nos identifica como seguidores del Resucitado: “Si el grano muere, produce fruto”.
¡No tengan miedo!…”Atrévanse y caminen tras sus mejores sueños. Todos llevamos dentro una hermosa herida, un proyecto de amor que nos impide quedarnos quietos… ¡Corramos la piedra de nuestro sepulcro y salgamos a la vida! Todo reto que nos provoca y hace al mundo más humano, está movido por las fuerzas de la Resurrección. ¡Apuntémonos al lío, sumémonos a esta causa! El, el vivente, va por delante.