Celebramos hoy el nacimiento de la Virgen María. Este día no es un aniversario, porque no sabemos cuándo ni dónde nació la Virgen, aunque varios lugares de tierra santa se disputan su lugar de nacimiento: unas tradiciones lo sitúan en Nazaret, otras en Belén e incluso en Jerusalén, donde todavía hoy nos muestran, en la antiquísima basílica de Santa Ana, la cueva donde nació María.
Sea lo que sea, hoy celebramos en toda la Iglesia «lo que significa, en la historia de la salvación,» el nacimiento de una mujer única, amanecer de un nuevo mundo, de una nueva manera de afrontar la historia, el nacimiento de la Virgen María… De ella nacería el salvador. Su nacimiento ya nos está anunciando la llegada del Señor. Por eso no es extraño que este acontecimiento haya sido y sea para la Iglesia motivo de fiesta. Ya San Juan Crisóstomo, hace 14 siglos, lo saludaba así:
“¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador, el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador.
De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia, apareció en la Tierra y convivió con los hombres.”
Justamente, en este día, como en tantos y tantos santuarios marianos extendidos por el mundo, los canarios celebramos a María con una advocación muy particular, muy querida por los canarios, que todos llevamos muy dentro: Nuestra Madre la Virgen del Pino.
“Nuestros padres nos dijeron, que dirigidos por un resplandor maravilloso, encontraron su imagen en la cima de un pino, rodeada de tres hermosos dragos, de cuyos ramos se formaba una especie de nicho: que una lápida muy tersa le servía de peana y que del tronco de aquel árbol nacía un fuente perenne de aguas medicinales…Pero si la veneramos como madre, no es por estos respetos, sino porque evoca en nosotros la memoria de la más santa de las criaturas”
Así comenzaba y así reza la antigua novena, “en obsequio y culto, como se lee en su portada, a María Santísima, madre de Dios y señora nuestra, cuya sagrada imagen con el título de Nuestra Señora del Pino se venera en la Iglesia basílica parroquial del lugar de Teror de la isla de Gran Canaria”.
“El Pino”, un nombre y una advocación que nos acerca a María y que se suma a las miles de advocaciones y títulos que damos a lo largo y a lo ancho del mundo a nuestra madre. Porque María es nuestra madre y como madre la llevamos muy dentro del corazón, ella se preocupa de nosotros y “custodia nuestra vida”. Y esto quiere decir advierte el Papa Francisco, tres cosas: La Virgen nos ayuda a crecer en todos los aspectos – humanos y cristianos – , nos ayuda a afrontar la vida y a ser libres.
Pidamos hoy a María de modo especial, por todos los canarios y por todos los que viven en estas tierras.
“Nuestros padres nos lo dijeron”… Y aquí estamos nosotros siguiendo esas voces que arrancan de aquel 8 de septiembre de 1481 y que generación tras generación han llegado hasta nosotros.
Congregados en la Eucaristía, en medio de una historia que nos ha cambiado el paso, queremos cantar a Dios con María y celebrar las grandezas que Dios ha realizado en ella.
Que María, nuestra madre del Pino, imprima en nuestro interior, en lo más profundo de nuestras raíces, su talante de creyente, su impronta de madre y nos mantenga siempre atentos a la escucha de los latidos de su corazón, ese corazón que, como el de todas las madres, cohesiona y une a la familia.
Que nuestra devoción al Pino no se quede en carcasa cultural o folclórica, sino en adhesión personal a Cristo, en convicciones serias, en valores vividos y así poder transmitirlos con frescura y convicción a las nuevas generaciones.
“Santa María, Virgen del Pino, vida, dulzura y esperanza nuestra…Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, nuestro único Señor”. Amén.