Difuntos

Aunque no se note, ha llegado el otoño y, en general, se inicia un período de descanso para nuestra tierra que, puede parecer a veces, un tiempo de muerte. Los árboles dejan caer sus hojas que cambia de colores y la noches se hacen más largas, más densas.

Y es, en esta estación, después de la recogida de las últimas cosechas, cuando conmemoramos significativamente a nuestros muertos, a aquellos y aquellas, que habiendo salido de la tierra, han vuelto definitivamente a ella.

Tenemos necesidad de recordar, de hacer memoria, de evocar a los difuntos… A aquellos y aquellas que ya no están junto a nosotros, pero que han formado parte de nuestras vidas y han partido dejando un rastro imborrable en nuestro corazón.

Las tumbas y las sepulturas son un rito “religioso”, es decir “religa”, “une” al individuo con la comunidad humana, son señales que nos recuerdan que cada uno de nosotros hemos sido precedidos por otros, que somos un eslabón de una larga cadena y hay una comunión invisible entre las generaciones.

El cristianismo generado a la luz de la resurrección de Jesús, pregonero de la victoria de la vida sobre la muerte, dio un significado aún mayor a la sepultura y a la tumba. El cuerpo, templo del Espíritu Santo, sacramento de los que han sido miembros de Cristo por el Bautismo, está destinado a la vida, a la resurrección y ahora “descansa, “duerme,” hasta el amanecer definitivo y pleno.

Conscientes de que nadie se salva sólo, testificamos con la oración también por los muertos, de que todos estamos llamados a vivir esta comunión, esta fraternidad universal, este rumor de vidas que no se han perdido en la nada.

“¡Dales, Señor, el descanso eterno, que brille para ellos y ellas la luz eterna, descansen en paz!”

Escrito por

es_ESSpanish