Fue en los años 80 del siglo pasado. Los obispos del sur de España hacían su visita “Ad limina” y como broche peregrinaron a Asís. Iban grandes hombres en aquel grupo: Amigo, Ceballos, Fernando Sebastián, Dorado, Buxarrais, Echarren…Nos acogieron los franciscanos conventuales que custodian el gran santuario. Recorrimos las tres Iglesias superpuestas y nos detuvimos de forma especial en la austera y acogedora capilla del sepulcro del Santo. Nada que ver con la basílica superior y con la mediana, bellas y radiantes, revestidas de color y de realismo, tal como salieron de la paleta de pintores tan insignes como el Giotto.
Nada que ver con la tumba del santo, austera y desnuda como su vida. Junto a su tumba, la de sus dos primeros sucesores, que tanto hicieron llorar a Francisco, por su empeño en encauzar aquel movimiento, nacido de la utopía del santo y que tanto contradecía la radical pobreza añorada y vivida por el poverello. A pesar de todo, posiblemente fueron éstos los que crearon las condiciones para que el sueño de Francisco permaneciera en el tiempo.
Dentro, en el inmenso complejo que se derrama sobre el vacío desde la colina más alta de la ciudad, los recuerdos sencillos del hábito o de las sandalias del santo.
Asís es una ciudad con encanto. Toda ella respira franciscanismo y sólo queda saber si Francisco modeló esta ciudad medieval que se conserva casi tal cual o la ciudad modeló a Francisco. El inmenso edificio del gran convento se divisa desde lejos como la proa de un trasatlántico inmenso, fuerte y desafiante…Sin más combustible que la memoria de un hombre libre y “loco”, loco con esa locura de la que Pablo afirma que es más cuerda que la de los sabios de este mundo.
Por toda la ciudad se reparten los testigos de piedra y las comunidades de hombres y mujeres que todavía hoy gritan a los cuatro vientos que aquel sueño no fue solo cosa del pasado: Ntra. Señora de los Angeles, San Damiano, la Catedral de San Ruffino, la Porciúncula, el Monte Alverno, el Valle de Rieti y otros muchos lugares del entorno son evocaciones vivas de un Francisco siempre vivo.
Merece la pena un viaje al pasado para encontrarnos con un presente capaz todavía de fascinarnos.