Cuando uno lleva mucho recorrido en la vida y ha estado presente en muchos ámbitos donde resuena esta palabra y donde se pretende hacer vida este término, no puede menos que sentir cierto cansancio y fatiga. La misma que se siente cuando oímos hablar de corresponsabilidad u otras por el estilo.
El sentido específico de este término se aplica a las asambleas eclesiales convocadas a niveles diferentes (diocesano, provincial o regional, patriarcal o universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu, las cuestiones que la vida va planteando a la Iglesia ya en el ámbito doctrinal o en los ámbitos litúrgicos, canónicos o pastorales.
La sinodalidad no es el fruto de unas normas o legislación determinada, aunque algo haya que hacer en su momento, sino la expresión del convencimiento de que sólo “Acogiendo, Compartiendo y dialogando” podemos crecer como iglesia.
Esto también encierra el peligro del nominalismo y, por ello, hay que verificar con los hechos lo que realmente vamos construyendo. Las palabras nos traicionan y, a base de aplicarlas a cualquier cosa, dejan de significar y de expresar algo.
En estos momentos se celebra en Roma un Sínodo de Obispos sobre los jóvenes… ¿También de los jóvenes?…Nos llaman a ser corresponsables, pero ¿eso significa algo más que ser simples colaboradores?
“El Espíritu Santo y nosotros, hemos decidido”…así se expresa el autor de los Hechos de los Apóstoles a la hora de transmitir las decisiones de unos de estos sínodos al principio de la predicación apostólica. ¿Qué tenemos que hacer para que el pasado se convierta en nuestro futuro?